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"Más de una hora se tarda, a buen paso, en atravesar esta profunda escotadura, que sirve de comunicación entre el valle superior de Iguaque y el inferior donde se halla la Villa de Leiva. El camino, si tal nombre puede darse a una estrechísima senda erizada de peñascos, sigue siempre al lado del bullicioso riachuelo, ya elevándose a muchos metros de altura sobre las laderas escarpadas de un lado y otro, ya descendiendo casi hasta el nivel de la corriente. Por todas partes se ven con asombro hacinados los trozos informes de la quebrantada serranía, ya en peñones de monstruoso tamaño arrojados al profundo cauce del río, ya en inmensas moles suspendidas, sin que se comprenda el punto de apoyo, sobre la cabeza del transeúnte, constantemente amenazada. Arboles gigantescos (robles en su mayor parte) levantan en los declives de ambos lados sus troncos robustos, formando sombríos bosques escalonados hasta las más levantadas cumbres, sin tener más apoyo en el suelo que una ligera capa detrítica y los intersticios de la roca estratificada, donde sus raíces se introducen, como si dotados de inteligencia, buscasen allí su más firme y seguro apoyo. Los gruesos estratos, que por una parte se hunden, Dios sabe hasta dónde, y por otra se elevan hasta la región de las nubes, asomando por donde quiera sus dientes formidables, casi siempre cortados en ángulo recto, indican, por su disposición discordante, que el cataclismo que dio lugar a aquella hendidura prolongada y maravillosa, fue acompañado de sublevaciones y hundimientos parciales, a que sin duda debe la montaña la fisonomía informe que por todas partes ofrece, y hasta la abertura de la grieta misma". 19 de diciembre de 1871. |